Con la entrada del otoño, los días se hacen más cortos y, por consiguiente, hay menos luz. También es el momento en que empiezan a caer las lluvias, aparecen los bancos de niebla y las primeras heladas. Todos ellos, fenómenos atmosféricos que pueden poner a prueba nuestra pericia al volante.
Sin dejar de lado el respeto a las normas básicas de circulación, entre las que destacan el uso del cinturón, los límites de velocidad y la distancia de seguridad, entran en juego una serie de parámetros que hay que tener en cuenta para no llevarnos ningún disgusto.
Tras el verano, es el momento de revisar las escobillas del limpiaparabrisas y el estado tanto de los frenos como de los neumáticos (cuyo dibujo debe tener un mínimo de 1,6 milímetros). A la hora de realizar un viaje también es importante consultar el estado del tiempo, ya que resulta muy cambiante en esta época del año.
Por otro lado, es importante tener en cuenta que los cambios atmosféricos producen tensión nerviosa y fatiga visual, lo que puede traducirse en una disminución de la atención y un posible accidente.
En cualquier caso, cuando nos encontremos con la lluvia debemos evitar frenar con brusquedad para impedir el aquaplanning. También debemos estar alertas a la posibilidad de que aumente la distancia de frenado debido al agua que puede haber en la calzada. Y por supuesto, levantar el pie del acelerador.Y si de día debemos estar atentos, por la noche debemos extremar las precauciones en la conducción. Si bien, el tráfico disminuye una media del 60%, durante estas horas del día casi la mitad de los accidentes que se producen son mortales.
Por último, no debemos olvidar que, precisamente, en estos días se produce el cambio de hora al horario de invierno, lo que puede provocar cansancio y fatiga que eleva el riesgo en la conducción.